Párrafo 12.38

12.38 «La manifestación de los objetivos marca el cenit del semicírculo visual del ritmo, desde ese punto se tienden los velos de la ilusión que configuran Maya. Son millones de canales que penetran los espacios interatómicos despertando la necesidad de comunicación, y como consecuencia la efusión de los sentimientos. El deseo es el centro de la personalidad de aire y resuena en el tambor del corazón donde retumban las emociones. Su relación con el cuerpo astral vivifica las diversas capas de la materia y constituye parte esencial del instrumento evolutivo del hombre».

COMENTARIO DE EL AVENTURERO

Detrás del esternón, entre los pulmones, en el centro de la caja torácica, se encuentra el corazón. Su latido es la manifestación más evidente de la pulsión de la vida, la parte más reconocible del ritmo. Un ritmo que se altera con las emociones intensas, como el miedo, la ansiedad, la vergüenza o la ira. Se necesita impulsar más sangre, respirar más deprisa; como buscando en el aire la armonía perdida.
El latir del corazón, la frecuencia respiratoria, las frecuencias de las ondas cerebrales, el ciclo del sueño y la vigilia, los estados de consciencia… Ciclos dentro de ciclos; miriadas de ritmos entrelazados y basta con alterar uno de ellos para que todos cambien.
Nos cuenta la psicología que la sensación conduce a la emoción y desde ella se llega al sentimiento, que es una emoción conceptualizada; es decir, una emoción cargada de expectativas y de memoria que condiciona nuestro estado de ánimo. Se podría decir que es una percepción de la realidad distorsionada por nuestras deudas y nuestros deseos.
Pero esta percepción se puede cambiar y puede ser más nítida, menos turbia. Respirando, tomando y expulsando conscientemente el aire, reteniéndolo y dirigiéndolo, siguiendo un ritmo preciso, con una intención, se está propiciando o facilitando un estado diferente. Aunque esto solo, la respiración mecánica y la fisiología y la bioquímica que la acompañan, ni lo explican completamente ni son suficientes para provocarlo.

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7 Comentarios

  1. loli
    4 agosto, 2017

    Sobre la parte más alta…identificamos al deseo.

    Lo identificamos…o más bien…, quizás, distorsionamos un poderoso impulso, un anhelo creciente de otra índole, con la necesidad de “aprehender”, de sujetarlo con nuestras manos y hacerlo “nuestro”.

    Como un niño que se sorprenda y llore porque el agua que intenta retener entre sus dedos…escape.

    Una onda, una ola, que desde su cresta, se coloca, ¿a lo mejor?, en una perpendicular que requiera de la renuncia a ese ser infantil, y que esté dispuesta para el reconocimiento de su verdadera dimensión.

    Que relaciona el aire con nuestro corazón…y con su ritmo.

    El corazón acunado entre las dos Tablas de la Ley.

    La sangre y el agua…buscando que la llamada de las “mareas vivas”….les encuentre más cristalinas…quizás.

    Que las memorias del corazón…se impongan a la razón ciega y empecinada de nuestro funcionamiento inmaduro.

    Que lo femenino salga de la oscura fosa en la que le pretendemos mantener.

    Porque la Luna seguirá tirando y llamando a nuestras emociones, a nuestra capacidad sensitiva y sensorial, a nuestra sensibilidad y nuestros corazones…a pesar nuestro…., seguramente también, y ¡ojalá que así sea!.

    “En mi interior llevo el secreto del movimiento lunar, la feminidad del mundo”
    Jeanne Moreau.

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  2. Rafa
    5 agosto, 2017

    El problema de la manifestación de los objetivos, es que somos subjetivos, el cenit del semicírculo visual de la curva del pranayama, o del candelabro de los siete brazos, el deseo es el que mueve nuestro mundo a través de cada uno de nosotros.

    Estamos sometidos a tantas pulsiones, canales por los que penetran emociones, sensaciones y sentimientos. y que canalizamos en el deseo, que hasta que lo sensitivo y lo sensorial ( tierra y aire), no esten en sintonía, las sensaciones y los sentimientos, lo sean en estado puro y aparezca la voluntad, el deseo siempre tendrá la misma naturaleza.

    Si uno quiere que le toque la lotería y otro quiere ver a Dios, es lo mismo. tiene la misma naturaleza, es como el que desea ser bueno, y no lo es, siempre es un deseo aunque uno sea mas elevado que otro.

    dice Eduardo Punset, aunque sea un individuo muy característico que.

    » El deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo.

    Bien entendido el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, puede ser luminoso, claro e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos. Visto de este modo, el deseo se convierte en el portavoz de uno mismo «.

    Hoy, tengo mucha prisa y habré dicho mas de una o más de veinte tonterías, perdonarme si es asi, pero tenía deseos de decirlo.

    Un abrazo

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  3. Mandrágora
    7 septiembre, 2017

    «Podrás saber que vas por el sendero, pero no podrás sentir que estás en el sendero hasta que tú no seas el propio sendero». La percepción de ir alcanzando sucesivos logros permite sentirte partícipe de los objetivos. Ya no es una estructura que se analiza albergada en el intelecto, se participa, se sufre, se tiene miedo, se alberga ilusión, confianza, esperanza: tú eres el propio sendero. Y como parte del sendero se amplifica y complejizan las sensaciones, no sin escapar a la tentación de un estatus frágil e incompleto donde, entiendo, los velos de Maya actúan de recordatorio aún de lo inacabado e incompleto. Es el peligro a un falso estado de seguridad que si no es ahondando en el reconocimiento del fracaso y aprendizaje de la humildad, puede abocar en el espejismo de meta alcanzada degenerando en prácticas de poder y autocomplacencia tantas veces repetidas.

    Momento de elección, momento de discernimiento, donde la voluntad y la convocación a un estado de vibración superior llama a la puerta percutiendo y animando a la búsqueda de ese acople victorioso que todo ser humano siente como necesidad.

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  4. Afrodita
    9 septiembre, 2017

    Llevo meses sin escribir, o al menos sin escribir lo que yo llamo «literatura», y bastante tiempo sin hacerlo aquí. Hoy voy a hacerlo y directamente, a puritito capón en este recuadrito en el que se teclean los comentarios, sin pulir ni ocuparme demasiado de si la redacción es buena o no.
    Me he despertado temprano y (por razones que no vienen al caso) el primer pensamiento que ha acudido a mi cabeza ha sido una especie de nebulosa en la que se mueven conceptos tan desdibujados como «explicación» y «subjetividad».
    Conceptos, los dos, estrechamente ligados (sin duda) a obsesiones mías que tampoco vienen al caso.
    De cualquier modo, y por la razón que lo desencadenase y que no me interesa demasiado, mi pensamiento se puso a girar en torno a eso, a las «explicaciones», esa cosa que «damos» a modo de justificación (envuelta las más de las veces en el papel celofán de la palabra, a modo de regalo) para nuestros actos.
    Decimos «te voy a dar una explicación» y nos quedamos tan anchos; y el que la recibe, la explicación, se cree que de verdad le han dado algo.
    No cae en la cuenta (el que recibe una explicación y la acepta) de que está cayendo sí en la trampa que le tiende el «explicante» al forzarlo – con enorme sutiliza a veces – a objetivizar, a obviar la subjetividad propia para abrazar la ajena porque «hay que ser objetivos», o «seamos objetivos».
    Personalmente pienso que avenirse a aceptar una explicación es también avenirse a claudicar y, por tanto, dejarse humillar.
    Las explicaciones suelen ir precedidas de una ofensa; cuando las cosas van bien las explicaciones no interesan. Pero cuando van mal la parte «dañada» espera (tontamente) una explicación que (mediante la palabra, tan traidora y escurridiza siempre) palíe el daño; la parte «dañante» (por su parte) se pone tan contenta porque «¡caramba,, he ahí una ocasión pintiparada para lavar la culpa». Y santas pascuas.
    Así que, en mi opinión – y siempre en mi opinión – lo que merecería toda persona que por medio de explicaciones trate (o, bueno, tratara) de justificar sus actos, sería que sin más contemplaciones se le cruzase la cara.
    Pero, ya digo, estos son pensamientos que han bullido en mi cabeza (y bullen, que a qué negarlo) por razones del todo subjetivas que, ya lo escribo más arriba, no vienen al caso.
    El caso es (mira, «caso» otra vez; pero ya he advertido de que no iba a cuidar la redacción) que, sin saber por qué (o a lo mejor sí, vaya nadie a saber), he tenido el impulso de abrir el ordenador y mirar (una vez más) si El Aventurero había, ya que llevamos varios días metidos en septiempre y cabe suponerse por ello que volveríamos a la publicación regular de los textos, incorporando alguno nuevo…
    Pero no. No hay texto nuevo y (pura subjetividad por mi parte) no me extraña.
    De forma maquinal (porque ha sido maquinal) los ojos se me han ido al último publicado para leer, no sin cierta sensación de alborozo, de nudo en el estómago como el que (se dice) sienten los enamorados a la vista del ser amado, “La manifestación de los objetivos marca el cenit del semicírculo visual del ritmo, desde ese punto se tienden los velos de la ilusión que configuran Maya.».
    Pero no quiero alargarme ni ponerme pesada con lo que doy en considerar coincidencia y lo más probable es que esté siendo tan sólo subjetividad.
    Es posible, sin embargo – aunque no seguro, soy tan voluble – que en cualquier momento vuelva aquí con la ocurrencia de seguir desarrollando la idea descabellada (y subjetiva) de que hemos sido todos (los comentaristas, digo, todos tan subjetivos) los que en nuestro (en realidad y para ser sincera yo escribiría sin ambages «vuestro») desmedido afán de mostrarnos «objetivos» hayamos – por supuesto que sin intención, ni egolatría y deseos de protagonismo – intentado envolvernos unos a otros en los velos, tan engañosos pero también tan finos, tan transparentes, tan que dejan ver lo que supuestamente se pretende ocultar, de Maya.
    Pero ya digo. Es tan sólo una apreciación muy posiblemente subjetiva.

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  5. Eolo
    10 septiembre, 2017

    El deseo son tres cosas esenciales para el discurrir del hombre: impulso, exposición e ilusión. Deseos los hay desde lo más profundo, como lo que lleva al hombre a nacer y los hay hasta lo más trivial, en los que hay sobrados ejemplos cotidianos.

    El impulso es imprescindible para el devenir, y su importancia lo demuestra cuando se dan sucesivos deterioros que conducen a la depresión, o su exacerbación que lleva a la ansiedad; ambas características de nuestro mundo.

    En cadena con el impulso de vida, inevitablemente la exposición a través de la comunicación a todos los niveles, evidencia la presencia del ser humano ante las realidades vitales que le circundan, y le sitúan en su estado central como es la consciencia de estar vivo.

    La gran clave para entender el doble fondo que subyace al deseo es la ilusión, pues si desde el deseo se tienden los velos de Maya, pero también su conexión con lo astral permite desentrañar de lo fenoménico los hilos intangibles del semicírculo invisible al que la consciencia al uso no tiene acceso.

    Solo existe un sentimiento. Se puede llegar a él a través de multiples caminos emocionales, pero solo es uno. La fuerza o energía determinante está en cada paso y en cada instante, solo hay que atravesar el paso fronterizo del vital vigilado por el gaurdían de la espada encendida.

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  6. Rafa
    11 septiembre, 2017

    Así se cumplió la sentencia del Señor Jehová «Y echo pues fuera al hombre, y puso al oriente del huerto del Edem Querubines y una Espada encendida para guardar el camino del árbol de la vida».

    Interesante artículo, Eolo, en la que la tradición, cita al guardian de la espada encendida, como un querubin, esto es un angel, un mensajero que está cerca de dios, esto es de nuestro ser, de la esencia, en el plano astral.

    El árbol de la vida está representado en nuestro cuerpo físico por la columna vertebral.

    Puedo comprender que solo exista un sentimiento, pero tengo muchas dudas, desconocimiento, sobre eso que expones del estado central como la consciencia de estar vivo, pues la consciencia, precisamente viene dada por el comportamiento frente a esas realidades, pero no estoy seguro de que uno por eso, tenga consciencia de si mismo.

    Un abrazo

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  7. Nuba
    14 septiembre, 2017

    En tiempos de sequía-a todos los niveles- recordamos nuestros cuerpos de agua, nuestra naturaleza de seres de agua, líquidos, como el planeta que nos alberga. Con ella, ante la sequía, evocamos las músicas del agua. Evocando tal vez convoquemos. Tal vez.

    La niebla es como los velos de Maya pero al revés. Empapa las almas y aunque no se ve claro estás dentro de esa «nube»- también la de dentro de una- en el silencio que da paso a la gota, a la corriente, a la onda de la ola…al agua en su cantar acompasado. Como tormenta o como arrullo. Agua que lame la roca, agua creativa, arquitecta de la naturaleza. Agua amable, suave, compasiva, humilde…Niebla, vapor de agua purificadora de las almas dentro de los cuerpos, de ellos y su calma. De de ellos y el frescor del vapor de agua en los andares del peregrino, cuyo amor es sólo la música del agua que nos alegra y humedece el corazón. El agua que nos purifica.
    https://www.youtube.com/watch?v=P2d3_p9yvhc

    In the Mist 1º mov, Léôs Jánacêk. ( los dos triángulos de la pronunciación, deben leerse invertidos) no puedo ponerlos escribiendo aquí directamente.

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