Párrafo 10.1

10.1 «Es probable que la relación consciente entre sexo y descendencia sea muy reciente en la Historia de esta Humanidad, puede que no más allá de unos cientos de miles de años. Y este descubrimiento no cabe duda que modificó de forma considerable el desarrollo de todos los acontecimientos de la Historia conocida. El conocimiento de que la relación sexual da como resultado el nacimiento de un hijo desemboca en la aparición del concepto de estirpe, ligando a las dos figuras de la pareja con las consiguientes sospechas y vigilancias. La estirpe y la herencia han sido y continúan siendo uno de los mayores focos de conflicto de la relación entre los hombres. Es sabido que hubo civilizaciones no tan antiguas, antes de que Júpiter (Zeus) conquistara el Olimpo, en las que la mujer elegía orgiásticamente al varón para la descendencia, previa selección por medio de pruebas y méritos. Los hijos eran engendrados en la noche de San Juan y nacían a mediados de marzo con la venida del nuevo Sol. Todavía se celebran en muchos puntos del Hemisferio Norte las fiestas del fuego y del agua que conmemoran los tiempos en que las bacantes, las hijas de Baco, hechizaban a los varones, conduciéndolos a los ritos orgiástico amorosos».

COMENTARIO DE EL AVENTURERO

Estamos muy lejos de haber agotado el tema del sexo y la herencia; apenas podríamos pretender otra cosa que haber desbrozado algunos aspectos esenciales. Es un tema inmenso, porque no sólo interesa al biólogo, al sociólogo, sino también al historiador, al psicólogo y al artista. Plantear que la relación sexual da como resultado el nacimiento de un hijo, por citar un ejemplo del autor, contribuyó sin duda, al progreso de las sociedades “primitivas”.

Es cierto que muchas de las situaciones asumidas por el hombre de las civilizaciones arcaicas han sido superadas desde hace mucho tiempo por la historia. Pero no han desaparecido sin dejar huella: porque han contribuido a hacer de nosotros lo que somos hoy día y forman parte de nuestra propia historia.

El hombre moderno asume una determinada situación existencial: se reconoce como único sujeto y agente de la historia, y rechaza cualquier modelo anterior fuera de su condición actual, tal como se puede descubrir en las diversas situaciones históricas. Sin entrar a discutir que postura filosófica es mejor, es evidente que el hombre actual desciende de otro y, lo quiera o no, es también obra suya, y se ha constituido a partir de las situaciones asumidas por sus antepasados. Es decir, es el resultado de un proceso evolutivo cuyo fin desconoce. Esto implicaría que el hombre actual se ha formado por oposición a su predecesor, el poeta del Romanticismo como oposición al pensador de la Ilustración, esforzándose por “vaciarse” de muchos de los contenidos y comportamientos que dieron sentido a las vidas de sus predecesores, como si para disponer de un mundo para sí, hubiera tenido que adoptar un comportamiento distinto al comportamiento que lo había precedido.

Si analizamos dos culturas de la Antigüedad durante un período similar, la de los judíos de la Biblia, frente al modelo de los griegos (pos)socráticos, encontramos dos modelos dominantes completamente distintos, un conjunto de ideas diferentes que hubieran sido incompresibles para la cultura opuesta. La noción en la que se origina el judaísmo y el cristianismo es, en gran medida, la de la vida en familia, de las relaciones entre padre e hijo, y tal vez también de las relaciones de una tribu con otra. Estas relaciones fundamentales por las que se explican la vida y la naturaleza –el amor de los hijos por los padres, la hermandad entre los hombres, el perdón, los mandatos de un superior dirigidos a un inferior, el sentido del deber, la transgresión, el pecado, y su consecuente necesidad de expiación-, todo este conjunto de cualidades por el que se explicaría dicha sociedad, habría sido francamente incomprensible para los griegos, donde la vida parece poder organizarse en función de un saber, de unas verdades universales, que permitirían que toda duda, toda ignorancia, toda forma de vicio o locura humana desaparecieran de la Tierra después de haber alcanzado una sabiduría universal.

Estos dos modelos, simplemente, a modo de ejemplo, permiten entender como cada respuesta que trata de liberar a la gente de la confusión, termina, invariablemente, por esclavizar a esta misma persona, por no dar respuesta de la experiencia en su totalidad. Estos ejemplos, muestran también, que las culturas de la Antigüedad son más extrañas de lo que pensamos, y que han ocurrido transformaciones mucho más profundas en la historia de la consciencia humana que las que podría ofrecer la lectura de los testimonios escritos que se han conservado.

Cualquier civilización, cada mito, representa una gran alegoría universal, un símil de lo que viene ocurriendo cada día y en cada momento.
El desarrollo histórico no sólo resuelve la crisis, sino que al mismo tiempo deja a la existencia “abierta” a valores que ya no son contingentes y particulares, permitiendo así superar las situaciones personales y, a fin de cuentas, el tener acceso al mundo del espíritu.