Párrafo 18.6

18.6 “En una ceremonia telúrica de profanación se difunden constantemente imágenes de personas muertas, autoconcediéndose derechos que no sólo conculcan las normas morales y éticas, además atentan contra las leyes últimas de la relación de la energía con la materia. Quizá algún día se subleve un ejército de fantasmas armados con pequeños espejos violetas que les muestre el miedo a la muerte que ya llevan dentro.”

COMENTARIO DE EL AVENTURERO

Los “pregoneros del modelo” se comportan como las manadas de buitres peleando por los mejores trozos de carne muerta de la que se alimentan. Ellos tienen un estómago capaz de neutralizar las bacterias dañinas de la carne en descomposición, pero en cualquier otro estómago producirían enfermedad y muerte.

Parece que ante tantas horas de exposición a las imágenes de muertos a través de los medios, del cine y la televisión hemos adquirido una altísima acidez estomacal que evita que nos enfermemos, o tal vez simplemente estamos totalmente anestesiados y la enfermedad opera sin que nos demos cuenta.

Hay un tabú respecto a la muerte en nuestra sociedad. Los muertos cercanos se esconden, no los vemos, apenas los honramos, pero sin embargo los muertos lejanos se muestran sin pudor y sin ningún respeto, como si tuvieran menos valor que los propios. Como si la vida de las personas que no conocemos no tuviera un valor sagrado, como si detrás de los cuerpos mostrados, lejanos, no hubiera habido una experiencia única, un alma, una aventura.

Desde el lugar de lo mediático masificado hay claramente una falta de sensibilidad y de conocimiento, una falta de cultura, un patente acercamiento a la vida sin ninguna profundidad, cuidado y sentido espiritual.

Parece que como si cuantos más muertos se muestran, más vivos se sienten los que estando vivos están medio muertos y tienen terror a la muerte porque no han vivido en plenitud. Como si de un rito satánico se tratase y no es baladí porque estamos contemplando esto sin darnos cuenta o dándonos cuenta pero permitiéndolo.

El espíritu no se puede separar de la materia, así como la muerte no se puede separar de la vida. No por muchos muertos mostrados vamos a aniquilar el espíritu de los hombres y lo que nos conecta con lo sagrado y con lo divino.
Eros y Tánatos son dos espejos que se miran y que no se pueden separar. Ocultar, esconder y olvidar la pulsión de vida, el eros, el amor, que da lugar a la vida y a la muerte es algo que niega la esencia del ser humano y que sólo produce enfermedad.

Rilke escribía en 1904 a un joven poeta:
“le envío al mismo tiempo una separata de un pequeño poema […] en él sigo hablándole a usted de la vida y de la muerte, y de que ambas son grandes y magníficas.”

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4 Comentarios

  1. Beucis
    27 octubre, 2020

    No conocemos qué hay antes de nacer ni después de nuestra muerte, y nos permitimos interferir en ese antes y en ese después. Nos avalan miles y miles de asesinatos de seres que nos escogieron para cumplir en este mundo su misión y nos avalan también esos seres que mueren antes de concluir su ciclo de vida y su compromiso y deuda para alcanzar ese Dios que vive en nosotros.

    Se muestra y se profana constantemente al hombre muerto, a ese hombre que ha terminado un compromiso para iniciar otro. No respetamos esa materia que adquiere energía nueva para nuevos afanes.

    Tenemos miedo a la muerte porque sabemos que estamos lejos de cumplir la misión para la que nacimos, y envalentonados la profanamos. Y no, no es así. No es así cómo debemos actuar. Debemos actuar de rodillas ante el que muere y rezar por él y por nosotros.

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  2. Loli
    29 octubre, 2020

    Estos son tiempos de transgresiones…., el párrafo, y los posteriores comentarios, me han llevado a pensar, curiosamente, en las ecografías sucesivas a las que se somete al niño en el vientre de su madre.

    No cuestiono su necesidad u oportunidad en determinadas circunstancias, e incluso para ir viendo la colocación que adopta el bebé ante la fecha prevista del alumbramiento (aunque esto último se puede hacer sin el intervencionismo ecográfico), pero desde luego sí que creo que no en un número tan excesivo como el establecido, en mi humilde opinión.

    He asistido a algunas…y me encuentro con que el afán observador y de control prevalece sobre el, para mí, misterioso estado del niño en un medio protector, de “suspensión”, que su biología conoce abandonará, y en el que muchas veces, al “espiarle”, uno se puede preguntar…qué hay en sus sueños, en su despertar a ratos y si existe alguna diferencia con lo que nosotros denominamos «sueño y vigilia” en ese medio que, aún, no cuenta con su propio mecanismo de “respiración”.

    Sin embargo se da por hecho de que “no ocurre nada” que tenga que ver con algún tipo de “consciencia” más allá de la que hemos definido como tal en los protocolos a seguir, y la intromisión en el entorno de ese ser es “perfectamente lícita”….incluso para decidir si ha de respirar, finalmente, su propio aire….o no se lo vamos a permitir.

    Por poner un ejemplo, para poder forzar al niño a adoptar la postura que deseamos para su “observación”, no se duda en “zarandearle” junto con el vientre de su madre, en hacer que ésta coma y se ponga a andar para provocar movimientos internos que “despierten” a su bebé si no logramos hacerlo desde ese zarandeo ecógrafo…en fin…el bebé debe temer el momento de su “control” ante la máquina.

    Qué no será entonces la irresponsabilidad en la que incurrimos ante el hecho de la muerte.

    Desde no admitir que algo tan complejo, como es la desconexión de la materia de algo aún muy intangible y que forma parte de nosotros, cuya proyección aún grosera, existe y se reconoce en la tremenda dificultad en determinar la finalización de la actividad cerebral, en la detección de sus ondas más débiles, para conocer si la persona ha terminado su relación con lo fenoménico, nos podemos permitir…cualquier dislate.

    No, no se espera, no se respeta lo desconocido…

    Se legisla sobre ello, y aunque a todo ser humano le grite la emoción que algo se está haciendo mal…y a veces muy mal…, no parece que seamos capaces de interpelar a los que ejecutan las normas, y preguntar si realmente saben lo que hacen…porque nos da miedo todo…incluida la respuesta.

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  3. Rafa
    31 octubre, 2020

    Nos morimos constantemente y renacemos pocas veces.

    Aunque nuestra biologia en estrecha unión con lo telúrico ( la inluencia sobre nosotros de todo lo que habitamos ), nos impulsa a la vida permanentemente.

    Todo nos habla del movimiento constante de la vida, de que el estatismo no existe, incluso nos hablan de esto los corporalmente muertos.

    Desoimos lo trinitario, obviando el trabajo permanente de Brahma, Vishnu y Shiva.

    Pero un desorden mayor es el del que aprovecha la imagen de estos muertos para establecer lo contrario y morir el tambien por su propio miedo a la muerte.

    Quizá algun día un ejército de seres que trascienden la materia con espejos de color violeta (de antes del amanecer del despertar, del renacer), les muestre ese miedo.

    Un abrazo

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  4. Panacea
    5 noviembre, 2020

    Es para mí una novedad, aparte del mal gusto y desolación que produce ver imágenes de cadáveres, la catalogación que el autor describe este caso como de profanación. Es cierto que siempre produce desaliento y existe un sobrecogimiento—siempre que no se ahogue— el ver determinadas imágenes; quizás, ciertamente, por ese sentimiento que todos llevamos de miedo a la muerte, de recordarnos repetidamente que ahí acabaremos todos, que algo se cimbrea sin saber el qué, pero seguramente nos esté invitando a plantearnos el componente de ignorancia y falta de respeto a algo que viene acompañado de un halo sagrado.

    Es un campo a recorrer el conocimiento de la energía y la relación con la materia, materia como herramienta para cumplir el cometido que traemos al corporizarnos; ignorancia absoluta del tránsito y evolución posterior cuando dejamos la materia; desconocimiento de cuándo, por qué y de qué manera dejamos la materia para adentrarnos en otros campos de energía.

    Parece que es de obligado cumplimiento el respeto de todo aquello que nos supera y no obedece a nuestras leyes mundanas. Sí es mundano, a nuestro alcance y debería ser una máxima, el lograr que todo ser humano —que no sabemos por qué ha venido— llegara a poder vivir con amplitud sus capacidades, ocupar el espacio que le corresponde y permitirle recorrer su camino. Tenemos muchos mandamientos a los que sí nos debemos en la vida, ahí estamos todos, y sabernos implicados en las múltiples tragedias que nos muestran; pero ello no obliga, es más, creo que nos aleja del verdadero fundamento, a ser partícipes de esa exhibición grotesca y desmesurada mostrándonos de forma patética el final , cuando nosotros, ojos que acostumbran a ver solo desde la distancia, no hemos sido capaces de concederle la oportunidad de desarrollo por el que ha nacido. Posiblemente esa sea una deuda que contraemos hacia el otro.

    No ha podido realizar su trayectoria o sí, porque hete aquí que tampoco sabemos de sus causas y efectos, si ha sido intencionadamente interrumpida y, por lo tanto, execrable o ha llegado a su momento de culminación y no necesita de más, aunque sea un final escabroso a desterrar.

    En cualquier caso, una vez más, se nos hace una llamada de atención a ser más activos y no meros observadores de ese final que, por otro lado, nunca sabemos si es final o comienzo de una nueva dicha bien merecida. Ante la ignorancia, respeto absoluto.

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