Párrafo 20.16

20.16 «Si aún se está lejos de utilizar los recursos genéticos que la vida regala, cuando no está desarrollada ni la mínima parte de la capacidad inmunológica, cuando el hombre aún está en lucha con el Planeta en que vive, cuando aún todo alimento tiene consecuencias tóxicas, parece que se debiera llegar a la conclusión de que la enfermedad es el estado habitual, y ocultarlo sería negar la evidencia.»

Es imposible enseñar a una piedra a leer. Esta perogrullada esconde, sin embargo, algo que no nos parece tan obvio: que no se puede dar un conocimiento, es más, un nuevo conocimiento si antes no estaba la capacidad para que se diera. El ser humano ha ido descubriendo, simultáneamente, nuevas capacidades y realidades “externas” e “internas” a él mismo, ha ido “recordando” o recobrando, como decía el viejo Platón, capacidades que tenía olvidadas. Y este proceso de lo que ya somos es lo que le da sentido al tiempo. Nuestro cuerpo debe seguir una dinámica semejante al conocimiento, es más, sigue un proceso paralelo, puesto que cuanto más conocemos, más capacidad tenemos de solucionar las contradicciones que se dan entre un “buen” o un “mal” funcionamiento de nuestro organismo porque, en potencia, puede resolverlos. Todo forma parte de una constante creación de algo que ya existe, contradicción imparable que nos hace querer subir la montaña, buscar en el bolsillo, recordar al despertarnos. Voluntad que tira hacia algo comprensible e inimaginable.

Los griegos asociaban este deseo con Eros, impulso vital hacia algo desconocido y presente al mismo tiempo que no nos hace ignorantes y tampoco sabios y que, a veces, nos mantiene suspendidos en la contradicción el suficiente tiempo como para encontrar un nuevo orden posible. El buen médico, decían los discípulos de Hipócrates, es aquel capaz de resolver las contradicciones que se dan en el funcionamiento de los distintos órganos, resolver la lucha a través de una cierta armonía. Y por eso alababan a Eros.

Por todo esto, si “conocer es recordar” no debemos olvidar que somos sus hijos, porque fue el que primero existió al surgir del caos y que, por tanto, nuestras opiniones (tan alejadas de la verdad) son una “enfermedad sagrada” y nuestros cuerpos, enfermos, también son vehículos que nos ayudan a superar la lucha, la constante contradicción. Por eso los ignorantes, los sabios y las piedras no practican ese amor a la sabiduría. Unos, porque creen que ya son sabios otros, porque no lo necesitan y las piedras, porque no pueden.

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2 Comentarios

  1. Rafa
    12 febrero, 2022

    Parece que en nuestro ADN, todavía nos quedan por grabar muchos misterios de información celular.

    Que el sistema de defensas de nuestro organismo tampoco termina de protegernos del todo contra los agentes extraños que nos atacan, que no terminamos de estar en sintonía con el planeta en que vivimos, que quizá sea provisional y terminemos nuestra evolución en otro.

    Y que nuestros alimentos físicos todavia nos intoxican.

    Personalmente no me resulta muy higienico profundizar en estas interesantes cuestiones de las que habla el autor,

    Aún siendo consciente de ellas, me producen la sensación de que nos queda tanto camino por recorrer que algunas de mis decisiones y actuaciones diarias pueden retrasarse y esperar un momento menos discapacitado.

    Tanto es así que no tengo consciencia de enfermedad y me considero más o menos sano quiza porque no lo he estado completamente.

    Así que de momento con mis carencias voy a ir tirando como dice el entrenador del Atñetico de Madrid ( Cholo Simeone), partido a partido.

    Un abrazo

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  2. Loli
    19 febrero, 2022

    Todos hemos vivido alguna vez el deseo imperioso por tener, alcanzar en definitiva, sentirnos en posesión de algo, ya sea material o incluso conceptual.

    Ese objeto de deseo parece que nos impulsa, nos provoca un movimiento, como una fuerza de la que, a pesar de todas nuestras conjeturas, no sabemos muy bien su origen.

    Y esa ignorancia se hace patente cuando aparentemente damos alcance al “objeto deseado”….y nos sentimos insatisfechos, a veces más que cuando no lo poseíamos.

    Es como si hubiésemos equivocado la trayectoria que nos marcaba ese impulso, somo si lo hubiéramos revestido, disfrazado de algo que en realidad nada tenía que ver con él.

    Seguramente el descubrirlo tiene que ver con el aprendizaje, el crecimiento, la evolución humana.

    Porque al ir dándonos cuenta de las contradicciones, las dualidades que empujan, que están detrás de esos “objetos deseados”, quizás optemos por dos caminos diferentes.

    El uno, negarlo, pues admitirlo supone reconocer la precariedad de nuestra consciencia, nos hundimos así en un fracaso cerrado, no impulsor, pasivo, sin “amor al conocimiento, a la aventura que puede proporcionarlo”…., colocándonos posiblemente de vuelta a una especie de “nacimiento viejo” que se va quedando sin material para renovarse…y seguir naciendo.

    El otro, reconocer el tercero oculto en la dualidad que deja, así, de ser contradictoria y se vuelve creativa.

    Se abriría entonces el verdadero camino de la ignorancia, y por lo tanto se dejaría ese camino también abierto al aprendizaje.

    Tomar consciencia de los espejismos nacidos de nuestra precariedad evolutiva, puede ser el acicate que nos permita bucear en las profundidades misteriosas de nuestra identidad más auténtica.

    Todo ello, quizás, desde la voluntad de una consciencia pequeñita que abrace la ignorancia como impulso y abra siempre caminos hacia ella, que se disponga a reconocer la sabiduría de la que es carente y asuma la responsabilidad de su capacidad….esa que otros seres que nos rodean no tienen.

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