Párrafo 11.12

11.12 «Si se tuviera que desenmascarar a todos los farsantes, asistiríamos a la triste visión de manadas de hombrecitos sin rostro, desorientados y sin referencias; pero no es el destino aferrarse al recurso esptereotípico de una careta, porque la herramienta prestada de la consciencia aventurera es un privilegio que debiera impulsar hacia el cambio permanente de estado, más allá de los ruidos letánicos y los procedimientos ceremoniales de distracción. Y no es la relajación lo que abre el camino de la fe, es el estado de alerta, de contemplación apasionada, recorriendo la mirada por la frontera del misterio, y eso se alienta con la velocidad, sin detenerse, sin atarse al suelo con nudos de ruidos binarios».

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COMENTARIO DE EL AVENTURERO

Estamos equivocadamente convencidos de que es la relajación el camino que nos sacará de este embrollo de pensamientos circulares mil veces grabados, mil veces repetidos, que asaltan sin permiso el endeble bastión de la consciencia. Tan endeble, que a todos presta oídos. Hay tanto ruido alrededor, que nuestro único pensamiento, finalmente, se reduce a escapar. Y escapamos, curiosamente, a través de los libros de autoayuda, de los libros de yoga y cayendo en los brazos del millar de farsantes e impostores que pululan por el mundo. Estamos locos por encontrar un respiro de silencio, pero han educado nuestra razón y nuestra capacidad para razonar de manera satisfactoriamente errónea. La escuela, lejos de enseñarnos qué es la atención y cómo se presta, lejos de educarnos hacia el hecho de asombrarnos, nos ha educado en la idea de que nuestra razón pequeña es ya la Razón grande. Nos ha educado en la idea de que nuestra pequeña capacidad de razonar es, en realidad, una gran capacidad de raciocinio, una capacidad que se encuentra poco menos que en su grado más elevado de desarrollo.

Y como bien nos dirá el siguiente párrafo de este libro de los desvelos, “el trigo recién nacido aún no es espiga, aún no tiene fruto, y si cree haber recibido ya el agua que le dará la tierra y toda la energía que le vendrá del Sol, se secará”. Así le pasa ya a nuestra razón, elevada desde la Ilustración al altar de los dioses con el pomposo nombre de “Luz de la Razón”. De nada parece servirnos saber, ya con cierto grado de detalle, el modo en que nuestro intelecto construye eso que llamamos “razón” y “razonabilidad”. Trabajando sobre los materiales que le proporcionan los sentidos se ve avocado, en primer lugar, a los todavía estrechos umbrales perceptivos de éstos, limitados a una pequeña porción del arco electromagnético; en segundo lugar, se ve avocado al hecho de que la mente es capaz de procesar para él, es decir, de hacer consciente, solo una pequeñísima parte de esa información, seguramente menos de un 10%. El resto va a parar a una especie de baúl de los recuerdos al que llamamos “subconsciente”. Y en tercer lugar, pero seguramente siendo lo más importante, el intelecto recibe una información ya procesada por la mente pero, ¿con qué calidad, con qué grado de fiabilidad? Se sabe que esa ínfima parte de aquella otra ínfima parte se ve gravemente distorsionada por los recuerdos, por el estado anímico de la persona y por el entorno.

Sobre esto construimos ese dios de papel que llamamos Luz de la Razón. No nos avisan en la escuela de estas debilidades, ni mucho menos nos indican cómo paliarlas, entrenando, por ejemplo, nuestros sentidos para que sean cada vez más sutiles, o entrenando nuestra atención para que sea cada vez más capaz de proporcionar sin tacha la información que requiere el intelecto. ¿Para qué?, pensará el Estado. En la Edad de la Razón no debe haber lugar para que exista sombra de duda. Aunque en realidad todo sea sombra de duda y misterio para nosotros.

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3 Comentarios

  1. Loli
    28 julio, 2016

    Tengo entendido que, hace ya tiempo, se conoce desde el mundo educativo, la necesidad de un estado de «sosiego», quizás hasta de cierta armonía anímica, para facilitar el aprendizaje.

    Todo lo contrario que propicia un «estado de ansiedad».

    Curiosamente, sin embargo, el modelo educativo…derivado del social, aunque predique lo primero, en realidad potencia lo segundo, «estados ansiolíticos», acunados por ruidos, fuera y dentro…en el mismo proceso de pensamiento.

    Aventurero nos plantea que no se enseña lo que es la «atención» desde las escuelas,

    Yo también lo creo, pero lo que sí parece enseñarse es «competitividad» y «objetivos a cumplir»: todo lo contrario que propiciaría una actitud «serena» y abierta a situaciones armónicas…no de ruidos.

    Esos «objetivos a cumplir», ya de algún modo están definiendo claramente que se van a alejar de las singularidades de la persona…que son sub-objetivas. No se va a respetar ni buscar ni ayudar a descubrir la forma de relacionarse y desarrollar su propia sensibilidad, la experiencia desde su propia sensorialidad.

    Parece, sin embargo que sí que se persiguen los ruidos en nuestro modelo social. Porque la ansiedad nacida de una homogenización artificial de las personalidades, las convecciones sobre el comportamiento y el pensamiento, lleva a la crisis, ya situaciones ansiosas se quieren dirimir a través de la distracción, me parece.

    Como si «distraernos», supusiera la fórmula para solventar parte de la presión psicológica que acarrea, precisamente, lo que más nos aleja de «nosotros»: la distracción cognitiva y sensorial.

    Tanto puede ser así, que hay algo muy preocupante, y a la vez tan común que muchas veces ni nos apercibimos de ello.

    Y es que, a pesar de que lo necesitamos, me da la impresión, Aventurero, de que no estamos tan deseosos de escapar del ruido que nos rodea.

    Más bien casi lo contrario, nos da pánico estar sin él.

    Propiciar un entorno libre de ellos, nos coloca ante el dilema de ….escucharnos.

    Y hemos aprendido a huir de esa escucha…de acercarnos a nuestra posible verdad.

    ¿Tenemos que desaprender a estar con esos «ruidos» y aprender a valorar el silencio…sin temerlo?.

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  2. Alicia
    28 julio, 2016

    Vivimos en un mundo de ruidos tanto ambientales como emocionales, y creo que no es mala cosa el saber que están ahí.
    Vivimos también en un mundo enormemente convulso, cruel y muy aquejado por todo tipo de inquietudes y de miedos y de angustias y de sentimientos encontrados que, querámoslo o no lo queramos, hemos de convivir con ellos.
    Debemos ayudar a los refugiados (por poner un ejemplo) sin poder evitar, por otra parte, el sentir un profundo rechazo hacia quienes entre ellos (porque no “to er mundo e güeno”) se nos están colando en Europa para masacrarnos.
    Ese silencio interior tan deseable no es posible – e incluso me parece injusto y mezquino el desearlo – a menos que nos desentendamos e ignoremos todo el dolor y la maldad que existen fuera de los pequeños dolores y maldades que depara la vida cotidiana en entornos más o menos estables como lo han venido siendo (con sus más y sus menos, ya lo sé) los de occidente.
    ¿Puede alguien buscar no sé qué silencio, ni qué armonía, ni qué paz interior, cuando por el capricho de un ser despreciable saltan por los aires los cuerpos hechos añicos de ochenta y tantas personas? ¿O cuando a un sacerdote anciano lo degüellan?
    Y como esos infinidad de casos más que saltan a las noticias cada día.
    ¿Se puede pedir a quien lo sufre que sea comprensivo y tolerante, que no se deje llevar de un sentimiento de (con permiso, que para los buenos la palabra está proscrita) odio?
    Así que lo siento, pero no.
    No podemos vivir en un mundo sin ruidos. Ni debemos desear ignorar esos ruidos.
    Otra cosa sería que los ruidos no existieran. Que el mundo fuese una égloga de Garcilaso de la Vega.
    Pero es un infierno.
    Claro que, cada quien es libre de crearse su propia burbuja y vivir sólo y para su propia evolución. Evolución aséptica y, en mi modesta opinión, no poco cuestionable.

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  3. Loli
    28 julio, 2016

    Ruido es todo aquello suena y resuena, desde todos los sentidos, sin que seamos capaces de discernir, ni su mensaje ni su procedencia.

    Entiendo que lo que se opondría a ese ruido sería la armonía.

    Claro que no se puede vivir «en silencio»….es una manera de expresar la incapacidad para «estar con nosotros mismos», discerniéndonos de los ruidos que nos rodean dentro y fuera.

    Y no llamo «ruido», a lo que ocurre en el mundo…por favor…sino a la forma en que lo percibimos o prestamos atención.

    El Aventurero habla precisamente de atención, que está muy lejos de la «relajación», esa que nos separaría de la «alerta», pero ¿cómo dirigir nuestra atención sin distinguir cuándo está mediatizada y cuándo está respondiendo a lo ya apre-hendido?, ¿cuándo saber que nuestros pensamientos están siendo procesados más desde nuestras percepciones que desde lo ya impuesto desde la educación?.

    Silencio, entiendo, sería el trabajo de distinguirlo….o al menos uno de sus matices

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