Párrafo 17.18

17.18 «Los aristocráticos se convirtieron en estúpidos vanidosos y olvidaron los deberes pintados en la heráldica, por eso fueron reemplazados por lechuzas de risa ofensiva que roban el aceite de las lámparas y lo acumulan para mojar las alas de las luciérnagas.»

COMENTARIO DE EL AVENTURERO

«…Dichosos aquellos tiempos…» en que el hombre balbuceante, recién salido de oscuras cavernas y sin apenas capacidad para discernir, fue dirigido y enseñado por los sabios, por los mejores que le instruyeron para hallar caminos, danzar laberintos, vencer miedos.

Pero estos sabios cayeron en su ego, hundieron sus atlántidas y naufragaron. Pocos Noés se salvaron y salvaron a los demás. El aristócrata, el hombre sabio olvidó sus deberes, escritos en heráldicas que soñaban quehaceres importantes; dejó su transcendencia para convertirse en un ser vanidoso con alardes presuntuosos de clase, y rodaron cabezas de monarcas y de nobles que habían olvidado su esencialidad y nos dejamos dirigir por los mediocres, por la medianía. Depusimos la responsabilidad y quisimos ser inocentes, buenos o si acaso malos, con la cárcel a cuestas y un código que te absolviera.

La lechuza de Minerva no va a alumbrar a los elegidos por la diosa porque prefiere confundir y emborrachar a los demócratas, llenos de derechos, vacuos de obligaciones, hijos exigentes del Estado cada vez más flacos, cada vez más sumisos con su sopa boba.

¿Cuándo volverán unos atlantes renovados a los que sigan un rey Arturo despertado de su ensoñación, que retome la responsabilidad perdida y, con Excalibur empuñada, nos enseñe el camino del Grial, la búsqueda del reino perdido, a navegar de nuevo como argonautas de todos los tiempos?

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3 Comentarios

  1. Panacea
    13 mayo, 2020

    La aristocracia, las clases altas, los adinerados…, en general los que la sociedad señala como distintos al resto de los congéneres, especiales y sobre todo privilegiados, han provocado de siempre motivo de envidia y las más de las veces deseo de suplantación; reflejo manifiesto de un empoderamiento donde la comparativa ha estado de siempre servida por un aparente sentimiento de injusticia y de carencia frente al otro. Arranca desde la noche de los tiempos.

    Desde la noche de los tiempos, el caudillo, el dirigente, el considerado como superior, el sabio, rico, hijo de, eran los que soportaban mayor peso y debían dar cuenta de sus actos precisamente por su mayor relevancia y posición. No había parangón a la hora de tener que responder ante cualquier evento. Las cualidades que a un individuo le distinguían y le hacían sobresalir, paralelamente era deuda contraída por su mera posición y autoexigencia ante los demás. Diríase que la jerarquía natural estaba servida: Quien más tenía más debía ofrecer.

    Parece que hoy en día esa ley natural, esa correlación entre un mayor estatus y por tanto un mayor deber de respuesta, se ha roto. En demasiadas ocasiones se logra por pura usurpación maquinada, no como adquisición recibida y otorgada, no como regalía que se brinda por un estadio alcanzado, merecido, sino por puro aferramiento como fin en sí mismo y sin contrapartida. Todo un laurel sin reconocimiento.

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  2. Loli
    17 mayo, 2020

    Ahora los títulos nobiliarios se heredan lejos de los criterios antiguos que buscaban el merecimiento de sus depositarios, se compran y se venden.

    Lo que es peor, ahora también se inventan y se adjudican a aquellos enfermos que buscan el poder «per se», que huyen y desprecian lo más sagrado del ser humano, de ellos mismos, por tanto, y necesitan de poblaciones sometidas e igualadas «a la baja», al estómago, negando el alimento del aire, negando el crecimiento, allí donde ellos aposenten su enfermiza carencia haciendo de ella «la aristocracia degenerada y retorcida», la que roba el aceite de las lámparas y persigue las luciérnagas para que no alumbren.

    Despreciables usurpadores.

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  3. Rafa
    18 mayo, 2020

    La simbología de la heráldica se pierde en el tiempo, y ya el heraldo no puede trasmitir su significado.

    Ya no recordamos que simboliza el hecho de que un escudo, un sello o una bandera estén blasonados con monedas de oro, un león rampante, un grifo o la flor de lis.

    Pero si nos remitimos a ellos descubrimos que el oro es simbolo del sol, de la luz, que lo purifica el fuego como al ser humano, que para los egipcios el Sol, Osiris, Sirio era fuente de vida.

    Que la flor de lis, es el lirio que aparece en los poemas del libro de Salomón como el alma y la evolución del hombre, que para los cristianos la flor de lis es símbolo de la trinidad, que aparece en la cruz de santiago y la de calatrava como simbolo del honor, así como para la realeza en Francia.

    Pero lo importante es que estos emblemas en la heráldica recordaban permanente mente a quien se los habian otorgado quienes eran, y la vinculación que tenían y que debían a ellos.

    Si esta vinculación se rompía el señor o noble se veía convertido en un estúpido vanidoso.

    Se veía simbolizado por un ave nocturna (la lechuza), que huye de la luz del Sol, que para los egipcios traia malos presagios, frio y muerte.

    Además de alguna manera robaba el aceite que da la luz, simbolo del acto sagrado de la unción, del espíritu de Dios, dejaba de estar ungido.

    Y el aceite sagrado fue utilizado para alejar y aletargar a otros seres de luz.

    En definitiva como viene a decir el tango de Gardel (Cambalache).

    Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor
    Ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador
    Todo es igual, nada es mejor

    Un abrazo

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