Párrafo 19.16

19.16 «Cuando los sentidos están activos pero vacían su avidez, se difuminan los intereses creados por la identidad provisional, se multiplican geométricamente los niveles de atención, se activa el tálamo, vibran las campanas con la música que asciende desde el sacro, el corazón percibe el latido de la sangre del mundo, se ilumina el neocórtex, llega la memoria de los dos espejos, las neuronas buscan encuentros y se rompe la limitación creada por la palabra.»

COMENTARIO DE EL AVENTURERO

No es nuestro ojo el que ve, sino que lo hace el cerebro. O distintas partes de él, hasta llegar al neocórtex, donde se les pone nombre a las cosas (mesa, silla, árbol, mujer…) y también a sus atributos (duro, blando, doloroso, amigo, enemigo…), según lo que se ha vivido y aprendido. Y la vista, a medida que ve, se va contaminando; adquiere una cierta forma de mirar, de reconocer lo que se quiere ver e ignorar lo que se está viendo. Y lo mismo sucede con los demás sentidos reconocidos y reconocibles.
La memoria y la consciencia, la capacidad de recordar y de interpretar lo recordado, la posibilidad de imaginar el espacio y el tiempo y ponerles nombre, de colocarnos en ellos y construir un relato, es lo que nos hace humanos. Seres dotados de sentidos para percibir y de inteligencia para comprender el Cosmos.
Aunque la personalidad, el considerarnos separados y diferentes, y la certeza de que ahora vivimos pero dejaremos de vivir nos vuelven temerosos y vulnerables; seguros de la caducidad de nuestra permanencia pero no tanto de la continuidad de nuestra existencia. Y, entre los paraísos futuros y las seguridades presentes, elegimos sobrevivir; y, por lo tanto, defendernos. Es decir, levantar muros y doctrinas, barreras y seguridades, filtros y rutinas. Cerrar puertas, colocar alarmas, y encerrarnos dentro.

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1 Comentario

  1. Loli
    1 julio, 2021

    Identificarnos con los trocitos parcelados de percepción que nos facilitan nuestros inmaduros sentidos, puede que suponga esa identidad a la que nos aferramos tanto, de manera tan desesperada muchas veces, y que llamamos “personalidad”.

    Puede, también, que esa desesperación, propia del miedo a perderla, del miedo a la aventura de la pasión, sea la bases propiciatoria de las intolerancias, totalitarismos, doctrinas, cuando son modelos sociales enteros los que se aferran a su “personalidad”….tan malamente informada.

    Si nuestra “consciencia” se nutre y desarrolla a partir de múltiples datos que llegan de sentidos a los que no reconocemos, aún, su precariedad, esa consciencia debe estar haciendo aguas continuamente…

    Y seguramente es inevitable, a lo mejor es lo que debe ser.

    Y si existe potencialmente la capacidad de un funcionamiento pleno, o mucho más amplio de los sentidos, ¿no significaría eso que nuestra identidad, nuestras identidades individuales, pueden trocarse en dimensiones distintas, aún desconocidas…?.

    Alcanzaríamos otra consciencia…¿se llegaría a la conciencia más amplia que dejara obsoleto ese concepto?.

    Tardaremos, desgraciadamente, mucho más tiempo en saberlo, mientras se haga fuerte y blinde, por todas partes posibles, la idea de que el hombre está más que completo en su evolución.

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