Párrafo 20.23

20.23 «Pensaba el derrotado titán que valía la pena ofrecer un hígado diario a la futura eternidad si el fuego de los dioses alentaba en los hombres reacciones confusas y cambiantes que alertaran las consciencias hacia realidades superiores.»

COMENTARIO DE EL AVENTURERO

Prometeo, “el que comprende de antemano”, “el que prevé”, es el héroe que se ofrece en sacrificio para que los hombres alcancen la eternidad, robándole el fuego a los dioses, y siendo castigado por ello con el bocado exquisito de su propio hígado, que será devorado cada día por el águila de Zeus, símbolo del rayo divino y porta fuegos de Zeus, y regenerado durante la noche para ser de nuevo devorado.
Prometeo, al igual que otros personajes mitológicos y legendarios, se sacrifican por la humanidad, para favorecer su evolución, para abrir un camino hacia la divinidad. Pero el robo del fuego genera una deuda que habrá que saldar con el sacrificio, no sólo de Prometeo, sino de toda la humanidad. El hurto del fuego ofrece a los hombres la posibilidad de alcanzar lo divino, pero requiere una moneda de cambio: el fuego debe ser continuamente alimentado. La materia debe transformarse en algo intangible a través de la combustión, debe producirse una transformación en el estado de las cosas, en su sentido alquímico. Algo debe perecer para que se genere algo nuevo, pues la combustión depende del sacrificio de la materia, que se transforma en energía. La energía necesaria para la evolución, que se produce en cada célula del ser humano a través de la respiración celular. Tal vez fue la vida del oxígeno lo que Prometeo consiguió para los seres humanos, una vida, de momento, mortal, que camina hacia la inmortalidad.

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3 Comentarios

  1. Loli
    3 abril, 2022

    A veces, es curioso, pero los miedos y la creencia de que se es poseedor de unos conocimientos que no se tienen, provocan una serie de empoderamientos personales que se adueñan del comportamiento.

    Y esto sucede de tal forma que esa “personalidad”, de alguna manera muy “artificiosa”, lejos de lo artístico que quizás sea lo verdadero, lo inherente a nuestra naturaleza, desarrolla, al margen de nosotros mismos, un código, normas morales, es capaz de “conducirnos”….

    Puede llegar el momento en que nos encontremos, perplejos que esa “identidad” nuestra, a la que tanto nos aferramos en nuestra relación social, y en la relación íntima que intentamos establece con nosotros también, enseñoreada, se muestra, sin embargo, en absoluta contradicción con lo que profundamente intuimos… somos en realidad.

    Es como si, milagrosamente, una pequeña corriente de aguas más cristalinas fuera capaz de sostenerse entre los confundidos mares de los espacios intercelulares.

    Códigos de comportamiento, forzados, impostados, cuya elaboración procede, sin embargo, de lo recibido, recogido, a través de nuestras membranas celulares que no acaban de recibir las geometrías reales para las que sí están preparadas, posiblemente.

    Pero, a la vez, ese comportamiento …… es necesario.

    Es, a través de él, como nos comunicamos, como vivimos, pues sin esa comunicación, la vida no sería posible.

    La comunicación a la que, por ahora, mayor acceso tenemos, es a través de los sentidos.

    Pero aún no asumimos la parcialidad de su funcionamiento.

    Nuestro comportamiento parece adquirir el sentido de “compartimiento”, la vida compartimentada sin conexiones entre los diferentes planos de existencia en los que nos movemos.

    La vida dirigida toda ella, y casi sin darnos cuenta, con mil y una argucia, mil y una justificación hacia uno solo …. el de la supervivencia.

    La sensibilidad que relacionaría otros planos, que mostraría, quizás, la imbricación inherente de los sentidos con la afectividad y la espiritualidad, queda mediatizada, oscurecida, cuando no directamente manipulada por la razón.

    La necesaria comunicación entre los seres humanos tiende, rápidamente, a huir de la aventura, y busca enseguida compartimentos estancos en los que dar por concluido el camino de la evolución.

    El “estado”, busca inmediatamente su “estabulación”.

    La voluntad del hombre, sin embargo, puede escapar, de hecho, creo y quiero pensar, que escapa… y lo hace también de mil maneras, aunque no seamos capaz de percibirlo, aún, y la obviemos.

    Porque existe una “esencia oculta” y la “voluntad del hombre”, posiblemente, forme parte de ella.

    La voluntad lleva al movimiento, a la acción…, lo potencial se puede transformar en “acto”.

    Y ocurren cosas … que la razón no controla y la consciencia aún no es capaz de incorporar, pero nada se pierde.

    Los sentidos, aún precarios, no pueden, parece, prever, pero si hay cosas “pre-vistas”… es porque, algo o alguien, ya supo del devenir de los mismos, y también de la voluntad que arropa la “esencialidad” del alma humana.

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  2. Rafa
    5 abril, 2022

    Podríamos decir que la regeneración del hígado de Prometeo, no se debió solo a su naturaleza titánica, sino a su elevada telomerasa.

    Sobre todo atendiendo al hígado, órgano que tiene la particularidad de regenerarse a sí mismo. Hace unos años, según un estudio para la Universidad de Stanford, se descubrió que la regeneración del hígado es causa de la expresión de una enzima; la telomerasa.

    La actividad de la telomerasa mantiene la estructura de los cromosomas intacta en cada diviisón celular y se convierte en responsable de la eterna juventud.

    Aparte de la concepción de la idea de que la mitología/religión y la ciencia no han estado nunca separadas, sino más unidas de lo que ahora sospechamos.

    El hecho de volver a generarse ( de regenerarse ) y recibir el fuego de los dioses como símbolo del conocimiento, te impulsa a reacciones confusas y cambientes que en principio te ponen los pelos como escarpias, pero que trscendiéndolas despìertan nuestra consciencia hacia una realidad superior.

    Un abrazo

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  3. panacea
    6 abril, 2022

    Parece que el hombre hasta la aparición de Prometeo y su extrema generosidad, ofreciéndonos el fuego de los dioses para nuestra redención, vivía a la baja, sin ser consciente de su estado y, por lo tanto, sin anhelar la posibilidad de evolucionar. Es cuando nos ofrece esta posibilidad, mediante su sacrificio, cuando el hombre deja su estado animal y comienza la larga andadura de trabajar en sus dos hemisferios, de trabajar en la dualidad, de reconocerse, de elegir, equivocarse, y poco a poco ir integrando y comulgando hasta alcanzar lo trinitario.

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