Párrafo 12.17

12.17 «Son los biorritmos del siete que manejaban y aún manejan los chamanes siberianos; según esas antiguas tradiciones, los estados nerviosos y humorales van cambiando cada siete años y capacitando a los seres humanos para empresas y formas de vida diferentes.»

COMENTARIO DE EL AVENTURERO

El número siete nos indica el inicio de una tarea, de un trabajo que va a irnos liberando de trabas, de máculas, que va a permitir agrandarnos; ser mejores. No es un número que se ensimisma y envuelve y queda concluso. Al final de su tarea dejará abiertas compuertas para que lo logrado no se estanque y poder así continuar de nuevo la tarea; otra. Y así se formará una cadena creativa que se preñará de nuevas posibilidades y cada vez nos dilatará en nuevos horizontes.

Hemos abandonado el Paraíso, Ítaca, y emprendemos el camino de la experiencia, de la búsqueda. El abandono de lo mullido, de no saber qué es enfermedad, qué es muerte, tener esa conexión con lo numinoso, con las memorias anteriores que caracteriza a la niñez; va a concluir cuando se cierre la corona, la tipharet, el séptimo chakra y, posteriormente, el timo. Al blindarse el cuarto chakra, nos blindamos al amor.

Definitivamente expulsados de nuestro paraíso a la baja, el hombre transitará por la vida de siete en siete peldaños asumiendo nuevos retos, nuevas tareas.

Ariadna ayuda a Teseo a no perderse en el laberinto y le entrega un ovillo que le va a servir de guía; como Pulgarcito, señalizando el camino con piedras. No van a perderse, pero esa seguridad implica volver a la puerta de entrada, al inicio. Y no es eso. Hay que salir volando, transcendiendo el plano de subsistencia, de complicidades y posesiones.

Teseo lo hace bien; va a bailar la danza de la grulla. La grulla es un animal sagrado, su baile es sagrado, y Teseo recorrerá un nuevo laberinto luminoso en otro plano también luminoso.

Ariadna es abandonada y durante siete años, siete, redimirá no haber cumplido su misión; cumplirá otra: liberar al Minotauro. Y en su caminar hacia el amor, hacia Dionisos, llegará a ser diosa: pareja del dios.

Ulises también es retenido por la maga del inframundo Circe. Siete años durará su estancia en la Isla sin Nombre; siete años en que se adentrará en sus tierras profundas, en esa cueva de los tesoros, del bien y del mal, de su autenticidad. Después, la vuelta a Ítaca, el paraíso perdido, será más rápida. Vuelve con toda la experiencia acumulada de este largo viaje por la vida. Él ha cambiado; el Paraíso también.

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3 Comentarios

  1. Rafa
    6 marzo, 2017

    El Siete, se compone del sagrado tres, y del terrenal cuatro, estableciendo así un puente entre el cielo y la tierra.

    Sería dificil nombrar todos los elementos de la naturaleza que constan de siete elementos.
    Pero como ejemplo de ciclo, podemos citar los siete planetas clásicos ; El Sol, La Luna y los planetas visibles Mercurio, Venus, Marte, Jupiter y Saturno, que dan nombre a los dias de la semana.

    Parece ser que el ser humano en un periodo de siete años, ha renovado todas las células de su cuerpo, incluso las neuronales, con lo que despues de ese periodo, podríamos ser hombres diferentes.

    En la obra de Shackespeare «El Rey Lear «, se habla de ( Las siete estrellas que adornan al zoquete ).

    Un abrazo

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  2. Alicia
    7 marzo, 2017

    Sujeto, verbo y complemento.
    Directo, indirecto y circunstancial.
    De lugar de tiempo y de modo.
    Oración.
    Activa, pasiva, copulativa.
    Conjugación perifrástica.
    Adversativa.
    Adverbios.
    Nombres.
    Comunes y propios.
    Adjetivos.
    Preposiciones.
    Artículos.
    Pronombres.
    Sustantivos.
    Con esto y poco más veinte siglos diciendo.
    Palabras.
    Pensamientos.
    Opiniones.
    Verdades.
    Mentiras que no importan.
    Nada que merezca la pena de ser dicho o escuchado.
    Sólo palabras bien colocadas.
    El sentido de las cosas.
    El sentido de la vida.
    Las palabras no lo dicen.
    Sólo el silencio habla.
    Todo lo dice.

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  3. Mandrágora
    10 marzo, 2017

    Siete años que acompañan cambios biológicos y estructurales que si no se desoye la propia caracterología, se está llamado a cumplir un destino. Sin embargo, la imprudencia de no conocer los límites y qué leyes han de respetarse más el miedo y los bloqueos que rápidamente asumimos desde niños, nos hace abrigarnos en un encapsulamiento paralizante haciendo que la inmadurez sea la nota predominante.

    Es un hecho que nuestra sociedad vive actualmente en un estado de nostalgia soñadora que busca más fácilmente el asemejarse a lo colectivo que en reconocer y agrandar la identidad que ya se tiene. Desde estas secuelas pretender que el niño nos sorprenda y abarque las transformaciones a las que está llamado, se convierte las más de las veces en un puro espejismo. Deberemos ser los adultos quienes abramos paso, rompiendo recorridos manidos y saturados para permitir que otros sean la punta de lanza de lo que nunca debió perderse. ¿Pero es posible saltarse periodos mal vividos, periodos no sellados, cuando no confundidos? ¿O ya de adultos, posteriormente, la vida ofrece oportunidades rompedoras, y normalmente dolorosas, para salvar, para remediar o redimir —como dice el Aventurero— lo no hecho cuando la biología lo demandaba?

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