Párrafo 5.23

5.23 «Y mientras tanto, están cerrados los ojos a los infinitos ritmos de cada voluntad responsable, ignorando que cada vida contiene el sello de lo único. Y todos quieren que no pase nada, que no se cubran de blanco las cabezas, que no te pidan salir de la trinchera, que nadie descubra la cruz de la apariencia, que no brillen las luces en las manos».

COMENTARIO DE EL AVENTURERO

¿De verdad pensamos que si muriéramos hoy mismo esto es lo máximo que podíamos haber hecho con nuestras vidas, nuestros cuerpos, nuestras mentes o nuestro (inserte aquí su opción trascendente en caso de tenerla)? ¿Estamos, realmente, viviendo al límite de nuestras posibilidades?

¿Por qué seguimos, como dice el autor, agazapados en la trinchera? ¿Por qué vivimos a la defensiva?

Intentamos pasar por la vida como si la cosa no fuera con nosotros, como si nos enfrentáramos resignados a nuestra existencia, intentando hacer el menor ruido posible para evitar despertar nuestros impulsos de aventura.
Cualquier cosa para que nuestra aparente estabilidad no se vea amenazada.

Vivir atrincherado, con el deseo de que nada cambie, acaba arrastrándonos hacia una caverna sombría en la que nos refugiamos para huir de la luz. Y un día, nuestros ojos se han acostumbrado a la oscuridad, olvidando que existe un mundo más allá de esta penumbra. Las pupilas ya no echan de menos la claridad y nos movemos con el cuerpo cansado por un espacio reducido; alejados de cualquier posibilidad de sorpresa.

Afortunadamente, un breve rayo de sol se cuela sigiloso entre los muros de cada amanecer.

Entonces recordamos de golpe que existe la luz, y si seguimos su estela podemos salir de nuevo a reconciliarnos con nuestra vida, que nos espera ahí arriba, con los brazos abiertos y confiando en que tengamos el valor de mirarla a los ojos.

Aunque a veces nos ciegue.

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7 Comentarios

  1. Martin
    15 julio, 2013

    Me pregunto, qué es lo que una y otra vez, interrumpe la senda que iniciamos un día.

    Muchas veces sentimos el impulso que nos acerca a algo más real, lo seguimos, y con poco que mantengamos la entrega de ese impulso, la ayuda que se nos ofrece no es poca, pronto vemos y sentimos que algo, viene a suavizar el trazado del recorrido, situándonos a disposición de lo que conscientemente no conocemos, pero que de alguna manera, sentimos que está ahí.

    Es entonces, cuando deberíamos sacudirnos el miedo que nos impide seguir a ese impulso. No conceder ni un ápice de esa entrega, a nuestras costumbres mal construidas, a nuestros sentimientos mal sentidos, a nuestros sueños mal soñados.

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  2. Ulises
    16 julio, 2013

    Dice el autor: “Y todos quieren que no pase nada, que no se cubran de blanco las cabezas,…”

    Y uno puede preguntarse ¿por qué no queremos que se cubran de blanco las cabezas?, ¿por qué no queremos envejecer? A esta pregunta seguramente contestarían muchas personas diciendo que no quieren envejecer porque la vejez significa pérdida de fuerzas, pérdida de la belleza física con la cara llena de arrugas, más torpeza de movimientos, tal vez necesidad de ayudas y otras razones por el estilo.

    Pero en el transfondo de todo hay una razón principal, y es que la vejez significa la cercanía de la muerte. Y el verdadero miedo, aunque tratemos de engañarnos a nosotros mismos, es que la muerte llegue antes de que hayamos podido cumplir en esta vida la misión para la que hemos nacido.

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    • José
      20 julio, 2013

      Ulises, me estremece su comentario. Siento la responsabilidad de cumplir esa misión nacida. Gracias

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  3. SARA
    16 julio, 2013

    Ser más simpáticos con la vida quizá nos ayude a que se disipen algunos miedos….. sonreir…

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  4. Afrodita
    18 julio, 2013

    Cuando era niña, en el colegio, una profesora (no recuerdo de qué) nos contaba (tampoco recuerdo con motivo de qué) una anécdota, o pequeño cuento, en el que un hombrecillo entra en una iglesia, se coloca frente al altar y se aplica a ejecutar todo un repertorio de saltos y piruetas.
    El cura lo ve, y viene y lo amonesta; le dice que está en un lugar sagrado y que lo que está haciendo es una falta de respeto.
    El hombrecillo explica que es saltimbanqui, y que está agasajando a Dios, ofreciéndole lo que mejor sabe hacer.
    He recordado en diferentes ocasiones a lo largo de la vida aquella mañana, el ambiente dentro de la clase, la claridad en la ventana, la voz de la profesora y su tono al hablarnos. No sé por qué algo tan sencillo se queda grabado.
    No sé tampoco qué exactamente de los comentarios leídos es lo que me lo ha traído a la memoria ni por qué me ha asaltado la duda — nunca había ocurrido antes, o no me había dado cuenta — un poco inquietante de si es suficiente.
    Si es suficiente aplicar la mejor de las voluntades a depurar y perfeccionar al máximo aquello que somos conscientes de saber hacer muy bien; si, en ese centrar todo el esfuerzo en sublimar de qué somos capaces, no estamos (a veces) ignorando (de tan embebecidos o tan absortos) que tenemos quizás otras capacidades que desconocemos porque no ha surgido el detonante que las haga aflorar.
    Y, ese detonante, ¿hay que buscarlo? Lo que llamamos espíritu de aventura, ¿consiste en buscar o consiste en estar despierto para verlo llegar?
    Y, otra pregunta; ¿qué es más válido, más grato — volviendo al cuento — a los ojos de Dios, afianzarnos en aquello para lo que nos sabemos capacitados o arriesgarnos a meternos en jardines, aventurarnos en empresas que puede que nos sobrepasen?
    ¿Y si nuestro “para qué” no estuviera siendo el logro sino sólo el intento y, quién sabe, si no incluso el fracaso?
    Nacer y vivir para fracasar como ser humano ¿podría ser?

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  5. Beucis
    18 julio, 2013

    Quirón, el maestro de los héroes, el Arquero, lanza su flecha que recorre el espacio que nos lleva desde el nacimiento a la muerte. Es en ese espacio, en ese recorrido, en ese presente, cuando podemos aprehender la riqueza, los ritmos, el sello único de cada voluntad, de cada vida.

    Quirón es la mano, esa mano que acaricia, da forma a la materia, nos modula como hombres; con sus mudras ayuda a nuestra evolución, imprime carácter.

    Todo es una puesta a punto para romper nuestras inercias, nuestro miedo a quebrar el inmovilismo, a abrirse a la aventura, a aceptar la ancianidad enriquecedora. Preferimos las secuencias repetidas del clon, que no pase nada, a tener que romper muros, destruir trincheras y apariencias.

    Federico García Lorca en un poema canta al judío que inmola sus manos y entreabre la puerta del cementerio, posibilita que brillen las luces en las manos y que Quirón, el Arquero, nos redima con su magisterio y los siete quirios nos enseñen el camino.

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  6. Mandrágora
    21 julio, 2013

    Como bien dice Ulises, las cabezas cubiertas de blanco es un signo inequívoco de proximidad a algo irremediable y el oculto temor no reconocido a que la muerte llegue antes de haber podido cumplir con tu misión. Sin embargo, pocos viejos aceleran cuando sienten que les queda poco tiempo; son más los que se parapetan en sus dolencias y dificultades físicas, son más los que se preocupan por salvaguardar sus bienes materiales y son más los que muestran enfado, cuando no amargura, por todo lo que acontece reclamando que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Nada que ver con el viejo lento, y probablemente cansado, de mirada sabia y profunda, que desde su estar transmite la serenidad del que ha ido puliendo asperezas a lo largo de su vida y sabedor de que la pelea y el enconamiento no hace más que reducirte a la miseria.

    Cuando sientes que tienes todo por hacer, que el tiempo corre a tu favor y que eres el artífice y quien planifica todo, sí me cabe la actitud ignorante del que trata de moldear el camino a su antojo, de preñarse de impostura ficticia y de arrinconar las dificultades para quedarse con más espacio libre, sin saber que los múltiples avatares normalmente nos vienen dados y no es buena práctica acostumbrar a esquivarlos, que el ritmo no siempre eres tan dueño de él como se quisiera y que aprender a ser «canto rodado» al final resulta más inteligente y llevadero que el tratar de poner diques continuamente.

    Parece muy obvio pero no debe serlo cuando tan atrapados se vive y tanta dedicación se pone a hablar de uno mismo y a justificar cada cosa que se hace, ¿y por qué si lo que espera es claramente más reconfortante?

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