Párrafo 14.8

14.8 «Cuando alguien contempla los iconos de Andrei Rubliov puede intentar el análisis, buscar los colores, la geometría, la composición estética, incluso valorar la armonía entre los mudras contenidos en los mensajes de las manos y las llamadas que se desprenden de las miradas. Puede admirar la capacidad técnica del aparejo de las tablas y utilización de los colores, pero si se deja contemplar por la obra, si se abandona a una geometría buscada y encontrada que despierte la suya, se estará produciendo el encuentro con un nivel de consciencia desconocido y será el espectador el que realmente se convierta en artista. Ésa es la magia del arte, por medio de sus claves misteriosas se pueden repetir encuentros que transformen de manera diferente la consciencia cada vez que se contempla la obra.»

COMENTARIO DE EL AVENTURERO

Dejarse contemplar por la obra de arte, abrir espacios a la consciencia, eliminar el pensamiento lineal, el análisis, abrir la intuición del corazón, dejarse palpitar, esperarse, purificar la materia y dejar que el espejo transforme la figura que refleja, con el pecho abierto y la mente clara y las raíces hacia el cielo, pues la obra se proyecta de manera inevitable sobre su espectador.

Cuando uno contemplaba una obra de arte, recibe inevitablemente una “impresión”. Aunque sensitivamente no la reconozca, la onda vibratoria que desprende un cuadro, su proyección lumínica, sus colores, cambian su temperatura en cada gama, ondas geométricas rebotan en los rincones y paredes de su propia catedral corpórea y una música distinta ilustra el pensamiento.

Cuando alguien contempla la obra de un artista, si la contempla sin juicio, mas con entrega abierta, recibirá el regalo divino del encuentro que el propio artista encontró en el proceso de descubrir su obra. Ese rastro sigue latente y no desaparece ni siquiera con la muerte del autor, pues abrió una ventana a otros espacios de vida, desde esa entonación afinada de la materia de su obra. Participar de un hecho artístico exige del espectador un acto de aventura, como quien se enfrentara a lo que pudiera ser para él mismo un rito iniciático guiado por ciertos sacerdotes: la propia obra. Pues el arte nos puede hacer viajar en el tiempo hasta el borde de su frontera, algo así como soñar despierto.

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4 Comentarios

  1. Rafa
    8 mayo, 2018

    Para los bizantinos, los iconos eran mucho más que una simple pintura, más que una representación, eran la divinidad misma hecha materia, una teofanía, que se aproxima mucho a lo que significaban las reliquias en el mundo occidental.
    Esto hace que cambie todo, desde su creación hasta su propia contemplación.

    Así, los pintores han de ser monjes o personas cercanas a la divinidad, lo suficientemente puros para que su mano sea guiada por lo divino, ellos sólo serán un simple instrumento a través del cual se manifiesta lo oculto, lo maravilloso.

    Así el pintor debe cumplir numerosas exigencias antes de ponerse a su trabajo, conseguir una limpieza espiritual, oraciones, ayunos y penitencias que aseguren a la persona preparada para su sometimiento a lo transcendente.

    Os copio un texto con características técnicas, con el que los pintores quizá esten familiarizados.

    «El empleo de la perspectiva inversa, en donde las figuras delanteras pueden ser más pequeñas que las traseras, se debe a que el icono es un lugar intermedio entre el espectador y la divinidad, invirtiéndose así el punto de fuga, que ya no se encuentra en el fondo del cuadro (Las Meninas) sino en el propio ojo del espectador «.

    Pero es que además, las figuras representadas, están realizando mudras, con los cual los iconos cumplen una doble función, pero la principal de ellas, es la de transformar al espectador, (creyente), que se vé abducido por la obra y entra en contacto con la divinidad

    Un abrazo

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  2. loli
    9 mayo, 2018

    Parece que «icono», viene del griego «eikón» (imagen), que a su vez deriva de «éoika», (me he asemejado).

    Puede que la palabra, entonces, esté tratando de indicar el trabajo de acercamiento a la espiritualidad y a la trascendencia que los monjes ortodoxos realizaban antes de plasmar el resultado de su experiencias en esa forma artística de pintura.

    El pintor que nos acercó de manera nueva, innovadora y dejando con intención, plasmado en sus obras la sublimación de sus contenidos, a esas tradiciones de las pinturas en los «iconos», creo que fue, en buena medida, Dominico Theotocópuli (El Greco).

    Nacido en Creta de familia originaria de Constantinopla, sin datos concretos respecto a su primeros años de educación, ni si siquiera a la profesión originaria religiosa de su familia o de él…Iglesia Ortodoxa Oriental, o la Católica occidentalista…, sí parece probado que sus primeros pasos en edad y aprendizaje, se dieron en algún monasterio cretense.

    Y aunque, de alguna manera, siempre los «mudras», están y estuvieron presentes en la producción artística, tengo la impresión que este artista consciente y altivo del valor de su obra, que hizo de Toledo su, seguramente, ya, primera patria, trajo, expandió y acostumbró a formas múdricas cultivadas y profesadas en parajes lejanos donde monjes…y quizás también…monjas.., traían a formas distintas del espacio de los lienzos, movimientos de posturas, también diferentes… o menos contemplados.

    Del Griego aquí lo que encerrarse pudo
    yaze, piedad lo esconde, fee lo sella,
    blando le oprime, blando mientras huella
    çafir, la parte que se hurtó del nudo.

    Su fama el Orbe no reserva mudo,
    humano clima, bien que a obscurecella,
    se arma una embidia, y otra tanta estrella,
    nieblas no atiende de orizonte rudo.

    Obró a siglo mayor, mayor Apeles,
    no el aplauso venal, y su extrañeza
    admirarán, no imitarán edades.

    Creta le dio la vida, y los pinceles
    Toledo, mejor patria donde empieça
    a logar con la muerte, eternidades.

    AL TUMULO DE UN PINTOR
    QUE ERA EL GRIEGO DE TOLEDO

    Fray Hortensio Félix de Paravicino
    obras póstumas divinas y humanas, 1641

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  3. Beucis
    10 mayo, 2018

    El artista, el verdadero artista, en un momento de encuentro transcendente se inspira y crea y transmite. Al otro lado del lienzo, escuchando la música, mirando la danza, envolviéndonos en la magia de los lugares sagrados, adentrándonos en la poesía, todos y cada uno de nosotros somos artistas. Nos podemos sentir como Ariadna y Hera, pugnando en un juicio, integrándonos en los tapices de Las Hilanderas, ser hilanderas. Vibrar, emocionarnos con la levedad del toque de Verdi, Rachmaninoff, o de la Copla o del Flamenco. Sentirnos envueltos en esas puertas que se abren a través del dolmen, en lo profundo de la cueva, estremecernos con la pulsión del Cantar de los Cantares, San Juan de la Cruz, Cantigas, Federico, Eduardo P. de Carrera.

    Todas estas experiencias nos transforman, nos mandan mensajes. Con todos ellos y en todo momento llegamos al límite de nuestra consciencia, a la felicidad, a poder vislumbrar las praderas akásicas.

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  4. Mandrágora
    10 mayo, 2018

    Desde una voluntad iluminada, la fuerza del alma que habita en cada uno de nosotros propicia amainar la perturbación que coexiste al vivir sumidos en la posesión y el deseo de lo que está pendiente de abolir.

    El deleite y disfrute desinteresado de algo con vocación de permanencia puesto a nuestra disposición, nos ofrece esa calmada, o a veces intensa, satisfacción por el encuentro anhelado, que opera, progresa y transforma; opera como semilla que nos hace recordar la grandeza que en todos se haya y podemos amplificar. Es dejar atrás lo ordinario, lo evidente, lo esperado, para adentrarnos en otra velocidad que no siempre podemos desde la precariedad y naturaleza inferior en la que vivimos acostumbrados. Una vez más es buscar el acto, en este caso el arte, como herramienta de transfiguración.

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